miércoles, 27 de marzo de 2013

En el Paseo Marítimo. Capítulo 3


16 de Enero de 2000.

Los subinspectores Rogelio Núñez y María Vales pertenecían a la comisaría de Méndez Núñez, en donde prestaban sus servicios desde hacía cinco años. Les habían asignado el homicidio del Paseo. Entre los dos sumaban treinta casos de homicidios resueltos, formaban  un equipo compenetrado y ágil, perseverancia ante los obstáculos, astucia en la dificultad, infatigable tesón y el principio básico establecido por Rogelio Núñez: todo crimen tiene una autor, era su principal mandamiento. Ninguno de los dos era universitario. A la subinspectora Vales nunca le habían atraído los libros. Cuando finalizo COU, se marchó a trabajar un año a Irlanda como niñera, a la vez que asistía a clases de lengua inglesa. El año siguiente lo pasó en París con igual trabajo y estudios en francés. Dos meses antes de abandonar Francia, decidió ser lo que siempre había querido: policía. Aprobó las oposiciones con el número uno. Rogelio Núñez había sido su primer compañero y hasta la fecha el único. Al principio ella se había sentido desbordada por la personalidad de él. Núñez no se caracterizaba ni por su simpatía ni por su buen carácter. No obstante, en pocas semanas, supo que su compañero no sabía ser de otra manera y aparte de considerarlo un excelente policía, era también un amigo.
- No ha habido ninguna denuncia por desaparición - Núñez consultaba el parte de las últimas veinticuatro horas de personas desaparecidas, una foto del muerto estaba al lado - al  menos que encaje con este, es posible que todavía no lo hayan  denunciado, el individuo no llevaba documentación, para variar, ni ningún objeto personal que nos diga algo sobre él.
- Con Dolores Hernández hemos quedado  a las doce, en su casa, el hombre, antes de morir, dijo, según ella "Carlos", aunque puede que no lo dijera y dijera otra cosa, la mujer estaba en un estado de nervios agudo cuando  la encontró el municipal. Según los médicos que la atendieron, cuando supo que el hombre había muerto debido a dos disparos, sufrió otro ataque y tuvieron que sedarla. Ella no tiene antecedentes, no tiene nada que llame la atención en su vida, es de  lo más normal, no parece que tenga objeto que quiera ocultar algo - Vales releía el informe sobre Dolores, en donde constaba que era huérfana de padre y madre, no tenía hermanos ni hijos ni estaba casada ni lo había estado. Tenía treinta y tres años y era propietaria de varios inmuebles en la ciudad, heredados de su familia, vivía de ellos. Dos abogados de renombre y dos reputados ciudadanos - uno empresario y otro médico -, los  primeros asesores legales de la familia de Dolores desde hacía treinta años y los segundos amigos personales, avalaban su solvencia económica e integridad moral. Valerio Somoza, el abogado de más edad, fue el que, una vez que habló con Dolores por teléfono, en presencia de Núñez y Vales, había concertado la hora de la visita en casa de su cliente, indicándoles a los dos policías que el, como abogado y amigo, debía y quería estar presente durante la visita.
- Bueno - Núñez se levantó, metiéndose su teléfono móvil en el bolsillo del gastado pantalón vaquero, la cazadora de cuero estaba también gastada por el uso, el cuello de borrego había quedado un poco antiguo, pero a él esa cazadora, que llevaba siempre, sin importarle la estación del año o la temperatura exterior o interior, le parecía cómoda. El jersey de cuello alto, color azul claro, hacía que sus ojos adquirieran un espectacular  tono azul celeste,  no se había afeitado desde hacía dos días, lo pelillos rubios de su incipiente barba, proporcionaban un toque atractivo a su hosco semblante, que sin ser poco agraciado, era adusto y malhumorado. Sí Vales no supiera que Núñez odiaba las peluquerías y que invertía lo indispensable en ellas, podría pensar que su cabello rubio, amarillo absoluto, era consecuencia de varias sesiones de teñidos especializados. Esta temporada no se peinaba con  frecuencia, llegando su melena por encima de los hombros, nunca se ponía coleta, no se lo tocaba con las manos para quitárselo de delante de la cara, simplemente movía la cabeza hacía atrás de una manera tan natural que a Vales ya le parecía normal - Vamos ya, son las once y media, te invito a un café de camino, si apuramos un poco, podemos ir sin coche.
Núñez y Vales estuvieron con Dolores durante una hora. Valerio Somoza, el abogado, estuvo presente durante la reunión, interviniendo esporádicamente. Rogelio Núñez conocía al abogado, una prima suya había sido cliente de él y otro compañero de la comisaría también, tanto una como el otro, se deshacían en elogios para con el abogado, alabando no sólo su buen hacer profesional, sino su extraordinaria valía como persona.
El hombre del Paseo Marítimo no había sido identificado, al menos de momento. La descripción de Dolores del supuesto acompañante era muy vaga, sin tan siquiera saber si era hombre o mujer. El nombre de Carlos, si era esto lo que había dicho el hombre antes de morir, no suponía ninguna pista, podría ser el suyo; el del presunto acompañante asesino o de cualquier otra persona. Era en lo único que Dolores se mantenía firme - él dijo "Carlos", me miró a los ojos y lo dijo con verdadera angustia, creo que trataba de advertirme sobre esa persona, eso pudiera significar que el otro era un hombre, pero yo no estoy segura de que fuera un hombre, realmente de lo único que estoy segura es de lo que le oí decir, dijo "Carlos"- . Dolores se encontraba muy tranquila, había dormido profundamente y descansado. Además, teniendo a Valerio a su lado, la seguridad era total. Los policías eran un hombre y una mujer muy agradables y educados.  El policía tenía una aspecto un poco extraño para ser policía, pero sus modales eran los de una persona educada. La subinspectora debía de tener la edad , más o menos, de la propia Dolores, y apenas habló. Tomaba notas en un pequeño cuaderno de tapas negras y observaba. El traje de chaqueta gris que llevaba y el abrigo de igual color no le daban aspecto de policía. Tenía unas piernas largas y bonitas, luciendo especialmente con los altos tacones de sus zapatos negros. Su pelo negro azabache lo llevaba recogido en una especie de moño a la altura de su cuello, apenas llevaba maquillaje y con sus gafas de fina montura dorada enmarcando unos ojos grandes y castaños,  parecía una eficiente secretaria.
- Siento no poder ayudarles más - Dolores se sentía estúpida - pero no vi nada más, el hombre no dijo nada más - la subinspectora no dijo nada, pero el otro policía le dedicó una amplia sonrisa, dejando ver una buena dentadura, sino muy colocada, si aceptable. - No se preocupe, señora - Vales había guardado ya su libretita y ahora sonreía, el hombre seguía  llevando la voz cantante - nos ha ayudado usted mucho - Dolores hubiera deseado que el policía municipal que acudió en su ayuda en el Paseo Marítimo hubiera accedido a su petición de acudir a la reunión o interrogatorio, como él mismo había definido la visita de la pareja de policías nacionales, o no pudo o no quiso, pensó, de todas maneras lo podría localizar, conocía su nombre.
Antes de irse, Valerio le aconsejó que guardará reposo durante todo el resto del día, había pasado por  una experiencia desagradable y debía descansar. A él lo podría localizar en todo momento en su teléfono móvil y Mari estaba en casa, en cualquier momento cualquiera de los dos tardarían minutos en llegar a casa de Dolores para cualquier cosa que necesitase.
Lo primero que hizo, una vez sola, fue arreglarse para salir a la calle. Era ya la una de la tarde y comería tarde, no tenía mucho apetito. Unos zapatos sin tacón y de suela de goma, cómodos eran sus preferidos. Mientras se arreglaba, Xenia permanecía tumbada mirándola de reojo, con las orejas inclinadas hacía ambos lados, de vez en cuando entornaba los ojos, mitad por sueño, mitad por aburrimiento, sabía que Dolores podía tardar mucho en salir de esa habitación. Una vez lista y a la vez que salía del vestidor le dijo una de las palabras que más le gustaban - ¡guapa! - inmediatamente se levantó y puso las orejas derechas y alerta - nos vamos a la calle - comenzó a agitarse nerviosa, subiendo y bajando las orejas - !nos vamos  a la calle, mi reina¡ - Dolores se había agachado para poder acariciarla y abrazarla. Había adoptado a Xenia diez años antes, cuando era una cachorra asustada y desconfiada de dos meses. Era una perra bóxer leonada;  hija y nieta de campeones; inscrita en el Libro de Orígenes Español; sus medidas eran tan  perfectas como su carácter, ella había sido la mejor terapia para superar la muerte de su padre La necesidad que tenía el animal de salir a dar sus largos paseos y veloces carreras por el campo o la playa, ayudaron a Dolores a llevar el dolor y la pena. Era una perra lista, la gente decía que no se podía llamar a un perro "inteligente", aunque para Dolores, Xenia lo era mucho. Desde cachorra, había hablado con ella como si fuera un niño. Cuando la parvovirosis  mantuvo a la bóxer al borde la muerte y a Dolores sin pegar ojo durante semanas, un nexo irrompible se estableció entre ella  y el animal. La recuperación había sido interminable, su ahora musculoso cuerpo, había quedado convertido en un montón de huesos recubiertos de un manto color caoba. Apenas comía, pero el suero aplicado los días anteriores, parecieron dotar a la perra de una fuerza extraordinaria. Sus ojos siempre se mantuvieron brillantemente vivos; su actividad frenética; ladraba con autoridad a todos los perros que tenían la osadía de pasar o pasear en "su" calle o "su" plaza; con los otros canes amigos, compañeros de juegos, corría sin descanso, Dolores temió durante muchos meses que todo su delgado cuerpo fuera a romperse en una de esas alocadas carreras.
El color leonado del cuerpo de Xenia adquiría una intensidad mayor con al claridad del día. Sus patas eran blancas, al igual que el pecho y las dos manchas que tenía sobre el cuello, una grande y otra pequeña, unidas ambas por un vértice. Su nariz, chatísima, con una leve mancha casi blanca, le daba ese aspecto feroz que tiene el bóxer,  la eterna cara de mal genio, el morro negro y suave, las mandíbulas fuertes.
El arnés azul y la correa haciendo juego, fibrosa, con paso elegante y las orejas muy derechas. Era una perra preciosa. Xenia tenía muchos admiradores y como era una perra muy cariñosa, no era raro que cuando salían de paseo,  tuvieran que parar en varias ocasiones para recibir las caricias o los piropos pertinentes. Dolores dio un último achuchón al suave morro de su perra y salieron, camino del Paseo Marítimo, en dirección a la Fuente de los Regatistas.