15 de Enero de 2000.
Era Enero y llovía. Había llovido incesantemente durante todo el mes con una continuidad deprimente, sin dejar tregua alguna que permitiera el menor atisbo de un esperanzador rayo de sol. A las siete de la tarde de ese Martes, la sombra de la noche anunciaba su llegada y el viento propinaba certeras embestidas a todo cuanto hallara a su paso.
Dolores corría todos los días a través del Paseo Marítimo, una de las joyas de la ciudad, con su impresionante despliegue de metros cuadrados, escoltado a un lado por la gran balaustrada de piedra de piedra cuyo generoso antepecho servía de apoyo a las farolas municipales que mostraban, orgullosamente esculpido en su pedestal, el escudo de la ciudad, jalonado con la característica calavera de mirada sonriente. Al otro lado del Paseo, se encontraban lo bancos, también de piedra, ordenadamente dispuestos para ser utilizados por los numerosos paseantes que lo frecuentaban. Detrás de ellos discurría la hilera de árboles plantados sobre la colorida meseta.
Había comenzado a levantarse un viento rebelde y castigador que azuzaba las gruesas gotas de lluvia que caían con vehemencia sobre la ciudad. Dolores había estado corriendo durante treinta minutos y, a pesar del tabaco y de la larga velada anterior en donde había comido y bebido en exceso, su organismo respondía perfectamente al ritmo de su carrera. Cuando se encontraba llegando a la Fuente de los Regatistas sintió un aguda punzada en el costado izquierdo que hizo que se parara en seco. Por un segundo, perdió la respiración y sintió toda la violencia del agua de lluvia estrellándose contra su cara. Al sentir el pinchazo, se había llevado una mano al costado y con la otra se había quitado de un manotazo la capucha que le protegía fielmente del tiempo exterior. Se quedó parada y encogida durante unos instantes, hasta que cogiendo el aire que le faltaba, se incorporó y comenzó a inspirar por la nariz para seguidamente expirar por la boca en pequeños buches. Caminaba lentamente, con la cabeza inclinada, para evitar la embestida del agua, abrazada con ambos brazos sus costados y, aunque tenía el pelo empapado, el resto del cuerpo se mantenía a salvo, gracias al traje de aguas que solía utilizar siempre que llovía de esa manera. Hacía años que no navegaba y había vendido el balandro con todos sus los aparejos, pero el traje de aguas y las botas los había conservado.
Continuó caminando y recuperando el ritmo de respiración. No se atrevía a ir más deprisa por miedo a que el dolor volviera, no estaba mareada, ni sentía ganas de vomitar. Dolores sabía, por otros corredores, que cuando se realizaba un sobre esfuerzo, los vómitos y el mareo eran las primeras consecuencias. Su problema había sido la falta de concentración, su mente había viajado a otro lugar y había perdido el ritmo entre carrera y respiración.
Inmersa en sus pensamientos, no reparó en dos corredores que pasaban junto a ella, hasta que dos pares de piernas comenzaron a moverse a pocos metros delante. De pronto, las dos piernas de la izquierda se pararon bruscamente y chocaron contra las otras dos, este movimiento hizo que Dolores levantara la cabeza lo suficiente para ver como el corredor del lado izquierdo se abalanzaba sobre su acompañante, lo abrazaba durante unos segundos y seguidamente iniciaba una veloz carrera, mientras el otro se desplomaba sobre el encharcado pavimento. En los primeros instantes, Dolores no interrumpió su camino, cuando el corredor comenzó su carrera y el acompañante caía, se paró mirando la escena, un segundo después, apresuró el paso hacia la persona que en ese momento caía desplomada.
Pudo evitar que la cabeza chocara contra el suelo, pero el peso del cuerpo la hizo a ella perder el equilibrio y caer de rodillas. No tenía fuerzas para incorporarse, la persona era bastante mas alta que ella, mantuvo su brazo izquierdo a modo de almohada bajo la cabeza, sintiendo que el dolor de su costado volvía a ser latente debido a la presión del cuerpo caído.
Con su brazo derecho se apartó el pelo de la cara ya que el impedía ver claramente la cara del caído, la lluvia seguía cayendo, formando una cortina heladora.
-¡¡oiga!!. ¡¡oiga!!, ¿me oye?, ¿me puede oír? -gritó todo lo claramente que pudo, la persona no se movía, permanecía con los ojos cerrados y la boca abierta - ¡¡señor!!, ¡¡señora!!- esta vez Dolores acarició con suavidad la cara desconocida a la vez que intentaba serenarse y pensar que hacer -bien- tragó saliva, tenía que hacer algo, tenía que pensar - bien, no se preocupe - no sabía si era hombre o mujer, pensaba que era un hombre, una cara ancha, nariz recta, y proporcionada, cejas negras y muy pobladas, las pestañas eran cortas y negras y notaba con su mano una ligera aspereza de la piel, los labios los seguía teniendo entreabiertos, mostrando una dentadura blanca y uniforme. Pensó en el boca a boca, pero no tenía movilidad, el peso del cuerpo caído hacia que el suyo estuviera inmovilizado - ¡¡socorro!!, ¡¡por favor!!, ¡¡que alguien me ayude!! - comenzó a gritar con todas las fuerzas que pudo sacar, no podía moverse, pensó en arrastrarse con el hombre hasta el borde la acera, pasaban coches, el Hotel Tryp María Pita estaba a unos metros, pero estaba agarrotada, sus músculos se mantenían tercamente inactivos y le dolían - ¡¡SO - CO - RRO!!, ¡¡ES QUE NO ME OYE NADIE!! - no podía hacer nada, allí tirada, en medio del Paseo, con un hombre que podía estar muriendo y ella no podía hacer nada - de pronto el hombre abrió los ojos y miró a Dolores, ella había seguido acariciando su cara con toda la suavidad que su temblorosa mano le permitia, cuando sus miradas se encontraron, Dolores dio gracias a Dios y a todos, ¡vivía!, ¡estaba vivo! - tranquilo - se apresuró a decir intentando que su voz sonara lo más tranquila posible - no se preocupe, toda va a salir bien - gracias otra vez Dios, gracias, pensó, mientras intentaba mover sus piernas - Car....Carl....Carlos......- el hombre había intentado levantar la cabeza y miraba a ahora a Dolores con los ojos muy abiertos, eran claros, muy claros - se llama usted Carlos -respondió Dolores, mientras el hombre intentaba seguir hablando - tranquilo, no haga esfuerzos, tranq.....- el hombre volvió a hablar- por......fav....favor......Car....los -por los labios del hombre comenzó a asomar una gota oscura que comenzó a teñir sus labios y su barbilla, a medida que el liquido oscuro comenzó a diluirse con el agua de lluvia. Dolores no lo vio al principio y cuando lo hizo, el chorreo corría por todas la barbilla, - ¡¡donde esta la policía!! - Dolores era ya presa del pánico, ya no podía gritar, sólo tenía fuerzas para intentar reconfortar al moribundo - lo siento, señor, lo siento, no puedo hacer nada- el cuerpo del hombre se agitó durante unos instantes y sus ojos permanecieron saltones, mirando hacia Dolores, a la vez que su cabeza quedaba pesadamente apoyada en el brazo de una mujer que, en ese momento, lloraba angustiosamente sin saber que hacer.