jueves, 23 de mayo de 2013

En el Paseo Marítimo. Capítulo 10.

Poco a poco la respiración de Mª del Carmen feu acompasada y su mirada se posó en Diego, que intentaba sonreír - hola tía - era un susurro temblón -tranquila, respira tranquila -. Ella intentó decir algo que Diego no entendió o no pudo oir. Cuando su madre llegó al sofá, comenzó a hablar despacio, seguía respirando acompasadamente, haciendo que las palabras parecieran vagas y desganadas. Se levantó con esfuerzo, dejándoles a ellos dos agachados y desconcertados. Lo que más admiraba Diego de Amelia, era que siempre sabía que hacer  y como. Era una madre cariñosa y adoraba a sus hijos. Siempre estaba de su parte y los apoyaba en todo. Por alguna razón, Diego se sentía más cercano a su tía Mª del Carmen como sobrino político que a Amelia como hijo biológico. De niño, iba a jugar a casa de su primo Pedrito muy a menudo. Aunque Diego era uno años mayor que el otro, ambos hacían muy buenas migas, siendo buenos aliados frente a su hermana Irene. Ella siempre acababa llorando, acusándoles a ellos dos de "brutos" y "malos". Cuando su primo y su tío murieron en el accidente, las visitas de Diego cesaron. Durante casi un año no volvió por la casa. En ese tiempo apenas coincidió con su tía, salvo en contadas ocasiones, Mª del Carmen desapareció de su vida. Fue en el día de su décimo cumpleaños, después de recibir de manos de su madre el regalo de Mª del Carmen; un coche rojo tele dirigido con su nombre grabado en letras doradas en el capó; cuando Diego, admirando su fabuloso regalo, quiso ir a verla. Diego ya estaba en la acera cuando Amelia lo alcanzó. Madre e hijo llegaron las Villas en diez minutos. En cuanto cruzaron las verjas de entrada, el niño comenzó a correr de nuevo, gritando el nombre de su tía. Mª del Carmen había salido a recibirles al porche, Diego todavía recordaba la pena que sintió por su tía durante aquellos años. Cuando Diego se echó a sus brazos, abrazándola y besándola como sólo un niño sabía hacerlo, él pudo ver como la cara de su tía estaba mojada,  no por el sudor o por agua, sino porque estaba llorando. -No llores, tía. Aunque Pedrito no esté aquí, yo, sí tu me invitas vendré a visitarte. No llores, mira, mamá viene ahí, he salido corriendo de casa - Diego había secado con su mano las lágrimas de ella, que habían empapado toda su cara -verás como me castigue, pero hoy es mi cumple, ven tía, vamos a por mamá -. Ese había sido el primer día, después vendrían mucho más, hasta que las visitas de Diego se hicieron frecuentes y casi diarias.

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