Él fue quién encontró a Mª del Carmen desvanecida en el sofá. Al principio creyó que estaba dormida, pero cuando se acercó a recoger las hojas del periódico desparramadas en el suelo, le llamó la atención la leve respiración de su tía. Con suavidad primero y más enérgico después, intentó en vano despertarla. Desde la cocina Mapi, la joven doncella que desde hacía seis meses trabajaba en la casa, oyó sus gritos y corrió a la sala de estar. Entre los dos intentaron reanimarla de nuevo, fracasando otra vez. Mapi fue a por una toalla húmeda, mientras Diego la cogía por la cabeza, acariciando su mejilla. Con su mano libre, llamó al teléfono directo del dormitorio de sus padres, con la esperanza de que alguno de los dos estuviera en casa. Los minutos siguientes fueron eternos, en el momento que Amelia alcanzaba el porche, Mª del Carmen abría los ojos. Diego balbuceó palabras de cariño lo mejor que pudo, viendo la mirada pérdida de su tía, la palidez de su rostro, temió que el infarto al hubiera sumido en un coma. No sabía cuales eran los síntomas de un coma; si Begoña, su novia, estuviera allí, sabría que hacer, ella era estudiante de medicina y sabía de esas cosas, él no.
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