20 de Enero de 2000.
La velada anterior había transcurrido en los salones privados del Banco Pastor. Una magnífica cena servida por Casa Pardo había acompañado a Amelia y sus compañeros de mesa. El presidente de un banco, el de un diario, dos miembros de la aristocracia gallega del más rancio abolengo y otros de la castellana, el director de una famosa fundación cultural extranjera. Tras muchas gestiones y viajes, Amelia había conseguido reunirlos a todos en torno a esa mesa. La exposición para Octubre era una realidad. Vendría desde Hamburgo, por primera vez en España y la Fundación Tercera con Amelia a la cabeza,lo había conseguido. Habían sido unos meses de intenso trabajo; reuniones maratonianas; viajes agotadores; tensas esperas; miedos a otras fundaciones e instituciones con más poder económico y social. Pero por fin, la anhelada exposición vendría a la ciudad.
La reunión se había alargado hasta altas horas de la madrugada y Amelia estaba agotada, exhausta.
Eran las doce de la mañana de un Domingo gris pero no lluvioso. En la Ciudad Jardín no se oían ruidos de tráfico, en cierta manera se tenía la sensación de estar en el campo, con la diferencia de tener el centro de la ciudad a pocos minutos caminando. Desde la casa no se veía el mar, pero podía oler. Amelia abrió el balcón del dormitorio y se asomó. Olía a mar. Le encantaba ese olor. No lo cambiaría por nada del mundo. Desde niña lo había conocido y aprendido a saborearlo. Regresó dentro y por le teléfono interior pidió que le subieran su desayuno habitual. A los pocos minutos una doncella, después de llamar suavemente a la puerta, entró en el amplio y luminoso dormitorio portando en una bandeja de plata con un mantelito de encaje de Camariñas, el desayuno de Amelia. Era muy frugal. Té, zumo de naranja recién exprimido y un yogur natural. Hubiera podido prescindir de cualquier comida del día excepto del desayuno. Aunque en algunas ocasiones amaneciera a las tres del tarde, lo primero que deseaba era su desayuno. El té en tetera de plata; no era una vanidosa, pero Amelia mantenía que el té como mejor sabía era hecho en tetera de plata; el zumo de naranja natural, sin colar, por supuesto; un yogur natural entero, absolutamente nada desnatado, con tres cucharadas de azúcar; si tomaba el té con leche, debía de estar fría y ser semi desnatada. Amelia era austera. Apenas se maquillaba; su vestuario, aunque era muy amplio,no siempre lo componían primeras firmas, generalmente compraba en época de rebajas y los zapatos casi siempre en las zapaterías Voge; poseía innumerables joyas de todas las variedades, colores y tamaños, pero no hacía ostentación de ellas, era muy comedida en su lucimiento; sus abrigos de piel eran famosos en la ciudad, la mayoría los había diseñado ella misma, siendo la mejor cliente de los diferentes peleteros de la ciudad, tampoco abusaba a la hora de usarlos, incluso algunas temporadas tan solo utilizaba dos o tres. Con el desayuno venía la prensa diaria, así como otras revistas e incluso prensa deportiva, la de tipo económico sólo la leía en el despacho. Había tres periódicos locales, dos nacionales y dos extranjeros. Mientras dejaba que el té terminara de hacerse comenzó a buscar en el primer periódico local la reseña de la cena de la noche anterior.
Amelia era una persona tranquila, que no solía perder los nervios con facilidad, en realidad no recordaba haber perdido los nervios nunca. En los momentos de mayor tensión tanto familiar como profesional, había sabido mantenerse firme y flemática; quizás por la educación espartana que había recibido; el internado suizo; su condición de hija única; el haber crecido entre adultos; su entorno familiar serio y exigente; su matrimonio, lo mas dulce que recordaba era el nacimiento de su hija Irene. Ella no dejaba de sorprenderse cuando recordaba la sensación de inmenso dolor y rabia que había experimentado en el momento de saberse embarazada de su primogénito, Diego, prácticamente a los quince días de la boda, recién llegados de la luna de miel, conoció su nuevo estado. No contaba con ello. El engendrar a su primer hijo fue una acción no planificada y no deseada, por lo menos hasta pasado un tiempo. Su ignorancia le hizo pensar, que su esposo, aunque sólo cinco años mayor que ella, pero con mucha más experiencia en determinados temas, habría tomado medidas para evitar determinadas consecuencias. Durante nueve meses odió al ser que llevaba dentro. Deseó abortar. No solamente su espléndida figura desapareció, sino que debido a complicaciones, debió de permanecer guardando reposo absoluto durante los últimos cinco meses. Dos enfermeras cuidaban de ella día y noche. Cuando el bebé nació, después de doce horas de dolor, su cuerpo y su mente estaban rotos de dolor y cansancio y la sola mención del niño le producía mareos. En los siguientes años su vida transcurrió felizmente. El niño crecía sano; su matrimonio era feliz; tenía una preciosa casa; su vida social era plena y divertida, todo iba bien hasta el día del accidente.
Exceptuando a Amelia, la única persona por la cual Gerardo sentía algo y siempre lograba convencerle y calmar su genio había sido su hermano Pedro. Desde el accidente, nada había vuelto a ser lo mismo. Toda la rabia y la furia de Gerardo Cruz ante la muerte de su hermano se habían vuelto hacía su cuñada viuda. Jamás en público se refería a ella y si coincidían en alguna ocasión -situación que era bastante habitual- nunca se dirigían la palabra. Tres días después de los funerales, había ido a visitar a Mª del Carmen. Ella estaba intentando no llorar otra vez, permanecer serena delante de él. Lo había conseguido y no había llorado, había conseguido mirar a los ojos enloquecidos de él, manteniendo los suyos secos y desafiantes. - Eres una asesina - sus palabras, permanecían en su memoria desde entonces- una puta de mierda y una asesina. Jamás olvidaré que tú lo mataste. Eres una maldita puta asesina de mierda. No quiero volver a verte jamás. Tú y sólo tú lo has hecho. Desde el día que entraste en la vida de mi pobre hermano comenzaste a destruirlo. Su vida erais tú y vuestro pobre hijo. Os adoraba. Tú le humillaste, le insultabas cada noche, bebiendo y jodiendo como una perra en celo. Tu condición de madre no te hizo ser más responsable, al contrario. Continuaste follando como una puta barata, por un cigarrillo o por una copa. Doy gracias a Dios porque mi sobrino se haya ido con su padre, una puta como tú no merece ser madre, ninguna inocente criatura merece a una mierda como tú como madre....t - Mª del Carmen se había levantado y acercándose sin apartar la mirada de los ojos de su cuñado, se había puesto frente a él. Ambos podían sentir el aliento del otro y ella pudo sentir el esfuerzo que realizaba él para no abofetearla, oyó com o su propia voz salía seca y firme, no le temblaba, apretando los puños, conteniendo sus manos para que no salieran disparadas hacía la cara de él - Sal de mi casa ahora mismo, no tengo porque aguantar tus insultos, yo seré una puta, pero eso da igual ahora, al menos he tenido el buen gusto de no joder contigo, lo cual dice mucho a mi favor, ¡fuera de mi casa! - había subido el tono y la garganta el dolía por el esfuerzo. Continuó avanzando con pasos cortos hacia él, que se vio obligado a retroceder - tú no sabes nada, no tienes ningún derecho a juzgarme; no eres mejor que yo, -ella había seguido avanzando haciéndole retroceder más a él, la rabia le daba coraje -sigues siendo un golfo, tu polla loca no ha parado de mojar en todo coño de mierda que se le ha antojado, eres despreciable, me das asco, ¡¡fuera!!,¡¡fuera de mi casa!!- la cara de él era un mueca de odio y sorpresa, la rabia le impedía articular palabra, la mira de ella era ahora tan enloquecida como había sido la suya antes, giró sobre sus talones y con grandes zancadas salió de la casa.
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