lunes, 20 de mayo de 2013

En el Paseo Marítimo. Capítulo 7.


La casa de Carmela, era, con diferencia, más grande y más lujosa que la de Amelia y Gerardo. En realidad eran dos edificios unidos por una zona de estar que llamaban "sala de estar". Esta denominación era un tanto ridícula, ya que esta sala de estarla componían varias habitaciones: la biblioteca, la sala amarilla ó salón de té, que era como Mª del Carmen solía referirse a esta estancia, el comedor y la sala de estar verde. La zona de "estar" eran doscientos metros de elegancia y belleza, en donde Mª del Carmen vivía habitualmente. El ala sur - o Villa Rosalía- solamente se usaba cuando había invitados. Entre las dos plantas y el bajo sumaban seiscientos metros. El comedor de Villa Rosalia era exquisito en buen gusto, obras de arte y vistas; el vestíbulo, el salón de té -o de café- y el salón de fumadores completaban la planta baja. El segundo piso se distribuía entre  la sala de billar y la biblioteca. En ambas plantas, sendos cuartos de baño completaban la distribución. Un bajo cubierta tan amplio como las plantas inferiores estaba destinado únicamente a dormitorios y cuartos de baño, destinado como lugar de descanso para los anfitriones o sus invitados; llegado el caso era más cómodo después de una larga velada, quedarse a dormir en Villa Rosalia, no había necesidad de ir hasta Villa Emilia.  Las cocinas ocupaban la totalidad la planta sótano de Villa Rosalia. Las dimensiones de Villa Emilia o ala norte, eran idénticas a las de Rosalia. La planta sótano de Emilia lo ocupaban el garage y el taller mecánico. La baja la componían tres dormitorios con sus correspondientes vestidores y cuartos de baño. La cocina que se extendía hasta el comienzo de la zona de estar, completaba esta planta. La segunda, en su totalidad, era el dormitorio de Mª del Carmen.
El Porche rodeaba los dos edificios y la zona de estar. Unas escaleras anchas de madera maciza comunicaban al jardín. Éste tenía  una extensión de dos mil metros cuadrados que rodeaba las dos Villas, eran edificios blancos con los tejados rojos amapola. El jardín de Mª del Carmen había recibido numerosos premios. Era cuidado por un equipo de veinte jardineros y dos capataces, dirigidos todos ellos por un ingeniero. En el proyecto original se había incluido una piscina grande y otra más pequeña, pero se desestimó. La playa estaba muy cerca y la familia siempre había acudido a ella.
Amelia tardó seis minutos en cruzar la verja de hierro en dónde se exhibían  orgullosas las iniciales de cada villa. En la hoja de la derecha de diez metros de alto por cinco de ancho se dejaban ver las rimbombantes "VR", en la hoja de la izquierda las "VE". Corrió por el camino hecho de madera de tea, tuvo que detenerse para no resbalar, sus delicadas zapatillas de raso no estaban habituadas a este ritmo y no parecían dispuestas a soportarlo durante mucho tiempo más. Olía a hierba mojada, mezclado con el olor a mar y  mezclado con el resto de los olores de las flores y las plantas, daba la sensación de hallarse en un oasis alejado del mundo. En dos minutos alcanzó las escaleras del porche, corrió a través de éste y  entró en la zona de estar por la puerta abierta,  de madera maciza,  no había preguntado a su hijo en que parte de la casa se encontraban, instintivamente se había dirigido a la zona de estar, Carmela dormía poco y madrugaba mucho; comenzaba a costarle trabajo respirar, a pesar del frío y de lo poco que le abrigaba su  camisón y su bata de seda -esta última totalmente abierta y volando a su espalda haciendo las veces de capa -tenía calor-, sentía las mejillas arder y su corazón golpeaba con fuerza el pecho. Cuando llegó a la sala de estar, Carmela ya había recobrado el conocimiento. La habían tumbado en uno de los sofás. Su cara estaba tan pálida que parecía de nieve, los ojos le brillaban muy abiertos. Diego sujetaba su cabeza y tenía cogida su mano; Mapi, una de las doncellas aplicaba una toalla mojada sobre su frente. Amelia no tuvo que preguntar nada a nadie. En el suelo, al lado del sillón, las hojas del periódico caían desordenadamente

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